Diario De Un Naufragio, Tarde De Recompensas, II
Cuando se hubo terminado el almuerzo, se quedó unos minutos más oteando el horizonte, como tratando de irse volando a una isla desierta y desaparecer de aquel mundo tan injusto. Se levantó y fue de nuevo al mercado, donde las fruterías ya andaban cerrando después de una mañana de ventas, y Marc no podía perderse la oportunidad de conseguir alguna fruta por la caridad de Dios....y por la de los fruteros.
Ya de camino a la plaza del pueblo, vio a su amigo que iba acercándose a su cita diaria para contarse sus ganancias, las cuales Marc estaba sorprendido gratamente, pero bueno, quien sabe si mañana no conseguía nada, asi que más valía guardar, al menos la fruta.
Se acercó al primer puesto que vio con las persianas medio cerradas y preguntó por su parte de fruta.
- Buenas tardes, frutero.
-Buenas tardes, mendigo, ¿Qué tal?
- A ti me dirijo para ver si tu bondad cristiana me ofreciera unas piezas de fruta para alguien con penurias.
- Todas las tardes vienes con tu parla, y sabes que siempre te doy alguna pieza, asi que para que discutir, si tu habla acabará convenciéndome.
- Gracias por tu rendición amigo frutero, ¿Qué me ofreces hoy?
- Pues hoy te puedo dar, dos manzanas, una pera y dos naranjas.
- Bueno, bueno, esto es un regalazo, te daré hasta una bendición desde lo más profundo de mi fe, por este enorme detalle- dijo entre carcajadas.
- No te emociones tanto, que al final me lo tendré que creer, y vete ya antes de que me arrepienta... o me coja mi mujer- esto último fue entre susurros.
- Vale, veo que tu mujer manda en tu casa, como en todas. Muchas gracias mi buen amigo- dijo, cojiendo la bolsa de papel con la fruta.
Sabía que esa frutería siempre daba buenos frutos, valga la rebundancia. De camino a otra de las tiendas que estaban a punto de cerrar, vio en un calendario que próximamente era Navidad, una época que no le traia buenos recuerdos, y de las cuales no quería escuchar nada. Llegó a la pescadería, y cuando la pescadera le vio le dio sin más cortesias que una sonrisa, una bolsa con varias acedías, y para su sorpresa, un puñado de gambas, las cuales no tenían su mejor aspecto, pero al menos eran gambas.
Ya de camino a la plaza del pueblo, vio a su amigo que iba acercándose a su cita diaria para contarse sus ganancias, las cuales Marc estaba sorprendido gratamente, pero bueno, quien sabe si mañana no conseguía nada, asi que más valía guardar, al menos la fruta.
- Buenas Joan.
-Buenas Marc, ¿Que tal?
- Con bastantes ganancias, una buena tarde de recompensas.
- No puedo decir lo mismo amigo mío, la suerte la has acaparado toda tú, por lo cual me alegro- dijo con ironía.
- Gracias compañero de fatigas, compartiré contigo las espinas del pescado, que se que hacen ilusión- dijo entre medias sonrisas.
-¡Oh! Debido a tu inmensa generosidad compartiré contigo mis seiscientas pesetas que las almas ancianas caritativas comparten conmigo, asi que acerquémonos al bar de siempre, a ver que pueden hacernos.
- Muy buena idea, con dos mentes que pueden ganar, mejor que una, y torpe mente como la tuya, debe agradecer la desgracia que sufro.
- Vamos mi buen amigo, y disfrutemos del buen manjar que nos prepararán por nuestra cara de pena, que para algo nos debe de servir.
-¡Vamos!
Después de su charla de atardecer, fueron de camino al bar de siempre para ver si, como cada noche le prepararían algo con sus ganancias, ya que fue, sinceramente, una tarde de recompensas...
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