Balada Muerta
Aquí no encontrarás momentos felices ni historias de amor eternas. Aquí no verás clamar al tiempo eterno ni a la locura de los dioses por un segundo más de vida. Todo tiene un final por más abrupto o necesario que se precie. ¿Quién vive un cuento de amor salvo en los libros de imaginería adolescente? Los cuentos desaparecieron bajo el arcón de aquel creador que descubrió el sabor amargo del cáliz que emergió por su ajada garganta.
Ese sabor amargo que nos queda en todo final que se precie, en todo momento que sabes que el final está cerca y que, aunque no lo pienses, sabes que la espada de Damócles pende de tu cuello cual gillotina real. Caerás, te escaparás, pero la realidad rebosará la sangre a borbotones. Los muertos acuden a nuestras mentes cuando todo está perdido, recordamos grandes pasajes de una vida pasada, de una locura que siempre quedará perfecta por el rocío que cae sobre el pasado.
Es de madrugada y las campanas tañen anunciando que el amanecer aun se esconde de nuestras miradas, que aun es temprano para que refulge la locura del sol en un nuevo día. No te preocupes, llegará el día en el que el sol no lo veas jamás. No reinarás entonces en nada que tengas ni que poseas y los muertos clamarán venganza para que los acompañes en sus fiestas. ¿Momentos felices? Momentos efímeros. Los que más, innecesarios, los que menos, marcados a fuego.
Porque, al final de todo, no consiste en amenazar a la vida, sino en pronunciar las palabras correctas para crear la misma sensación.
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