El Mundo | En la ciudad...


El día se desdibujaba entre los jirones de sangre que despuntaba el sol al anochecer. Decenas de pájaros revoloteaban por las oscuras hojas de los árboles al descender. En el centro de la ciudad, una mansión se anclaba en un tiempo pasado del que muy poca gente recordaba algo nítido y real. Las farolas de la entrada parpadeaban recordando una época mejor mientras que la tierra del camino que descendía hacia la entrada de la misma se mezclaba con el olor de antaño. Se alzaba majestuosa, cercada por grandes murallas y custodiada por un ejército de árboles. impasible al paso de un tiempo que la ha marginado hasta casi el ostracismo frente a los modernos rascacielos, pero su historia es poderosa aun, los que la recuerdan no pueden olvidar.

La puerta de madera labrada se alzaba con dos hojas en las que se podía aun atisbar restos de un escudo de armas y una inscripción ajada " Versum Vita Voculis" en una hoja y en la otra filigranas de madera que se entrelazaban para formar arcos, cruces y fantasías que hacían de la puerta una verdadera obra de arte. Con siete grandes ventanales a ambos lados de la puerta, la mansión se alzaba de mármol con columnas sobrias y rectas. En la segunda planta se podía ver las veintiocho ventanas que daban paso a las habitaciones. En el interior contaba con patios, piscina, multitud de salas, salones y despachos y por último un gran comedor y una cocina antigua. Pese a todo, hoy solo se utilizaban tres estancias. La habitación justo encima de la puerta principal, la biblioteca y la cocina.

Una pequeña luz se encendió en la única habitación de las veintiocho que se utilizaba. A contraluz se podía recrear un rostro que se escondía del mundo desde hacía casi medio siglo. Medio siglo que no salía y menos que la gente lo reconociera. Con una copa de whisky y un libro que acababa de comenzar se pasaba las tardes frente a la ventana, viendo pasar a las personas con un objetivo y metas en la vida. Volvió a mirar el cielo, las grises nubes se escondían tras un día amenazando lluvia, "toca esperar un día más para sentirte." Abrió las páginas del libro y se enfrascó en una historia de amor que jamás vivirá, él ya sintió una, y nunca podrá rememorar ni una cuarta parte de aquello que sintió por ella.

Cayó la noche, las personas cada vez aparecían a intervalos más largos. Quizás era la hora de cenar. Quizás. No podía saberlo pues no tenía reloj en su habitación, no lo necesitaba porque no tenía donde ir. No podía concentrarse en la pasión de aquellos dos amantes que jugaban con el futuro de sus matrimonios y dio un largo sorbo al whisky. Siempre, cada noche, volvía a aquellos recuerdos que destrozaron su vida. Es curioso como la mente humana puede olvidar lo que ingeriste hace cuatro horas pero hechos de hace dieciocho años no los olvida. A fuerza de recuerdo. Grabado a fuego, nunca mejor dicho. Bebió más. Una copa, dos, cinco. Era su ritual para poder coger el sueño cada noche. Sabía que si no acallaba los rumores, no podría descansar.

Se recostó un poco más en la silla. Los recuerdos estaban desdibujándose como pintura para representar un óleo. Un poco más, se dijo. Una copa más. A esa copa le acompañaron seis más. Quizás mañana no despertara, era algo que no le importaba. Pero estaba seguro que a las 7:21 se despertaría con el primer rayo de sol. La suerte le había abandonado hace dieciocho años y desde entonces, todo iba a la deriva. Suspiró y se alejó de la ventana. Volvió a pasear por los recuerdos, esta vez por los días después, por aquellos instantes en los que muchos le abandonaron, otros lo ignoraron y muy pocos lo amaron y continuaron a su lado. A un lado de algo que se fue destruyendo poco a poco, con mesura, sin prisas.

- Malditos recuerdos...

La voz sonó ronca, áspera, pastosa. Hacía días que no hablaba, no tenía razón para ello. Apagó la luz y fue a la cocina, buscó algo en las despensas, que se llenaban una vez por quince días bajo orden de no pasar de ahí. Todavía tenía dinero de sobra para vivir sin molestia, y esa era una molestia que podía evitar gracias al poder monetario que aun poseía. Picó unas cuantas cosas sin dejar el resto de la botella de whisky en su mano, y de ahí fue a la biblioteca para poder fijarse en todas las estanterías que tenía y que, a su entender, jamás completaría de leer. No era mal momento para un testamento, quien sabe si uno de estos días, antes de que la lluvia llegara, lo haría. El viento comenzó a golpear los postigos de las ventanas y decidió, como quien decide lo más frugal de la vida, el irse a dormir.

Volvió a recorrer el camino hasta su habitación, y tras dejar la copa en la mesa, con más esfuerzo del esperado, se recostó en la cama. Optó por no taparse, no iba a sentir mucho el frío así que lo tomó como "movimientos en vano" como decía ella. Ella, que tantas noches lo había acompañado cuando estaba en la cima y hoy, volvía a sus recuerdos para sentir su piel, su olor, sus besos. Todo comenzaba y acababa igual, recordando.Optó por dejar que el whisky hiciera su efecto y así poder, completamente, desdibujar una vida que antaño quebró el destino. Se quedó dormido al sentir un beso en los labios, fue el último que le dio. Su más doloroso recuerdo. El puñal que cada noche recibía antes de descansar. Una última frase resonó por su cabeza, con una brutal sinceridad.

¿Que más da unas copas de whisky para alguien que está comprando con él la madera de su ataúd?
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