Tenebris Passiones, Al Amanecer...
Roma.
Primavera de 217 a. C.
Roma se despertaba perezosa. El sol se escondÃa entre las poderosas nubes que intentaban dejar a oscuras aquel frÃo amanecer. Un viento se alzaba furioso por entre los árboles mientras el susurro de la llovizna comenzaba a inundar la ciudad. No habÃa sido la mejor noche para Emilia, y su duermevela daba constancia de ello. TodavÃa tenÃa en mente la proposición, o más bien orden, que su ama le habÃa encomendado. Informarle de a donde iba el señor y qué hacÃa en sus salidas de la domus.
Era tarea arriesgada, pues si su amo se enteraba podÃa causar su furia, y estaba segura que la descargarÃa contra ella, una simple esclava. Pero en un rinconcito de los pensamientos de Emilia surcaba la idea de contarle todo al amo y que él decidiera que hacer en aquella situación. Tras varias horas pudo ver como la luz del sobrio amanecer comenzaba a inundar aquella mañana en Roma. Y tras pasar una noche en vela todavÃa no habÃa elegido que hacer con aquel dilema que surcaba su mente, aunque no supiera el motivo de tantos pensamientos encontrados.
Miró por la ventana y decidió que era la hora de comenzar las tareas de la mañana en la domus, asà que sin dudarlo más, se puso la túnica que le habÃa regalado su amo y fue directa a la cocina a preparar el desayuno para sus amos. No habÃa conseguido quitarse de la cabeza aquello en las primeras horas de la mañana y decidió entonces que tenÃa que pedir consejo. TenÃa claro que a los demás esclavos no tenÃa que preguntarle pues apoyarÃan totalmente la orden de su ama.
El atriense tampoco dudarÃa y no estaba segura si le pegarÃa tan solo por dudar hacer lo que le mandaban. Solo habÃa una persona en toda Roma capaz de escucharla y darle el consejo apropiado. Su madre. Decidió anunciar al atriense que ella se encargarÃa de las pocas compras en el Macellum y asà quitarÃa de salir a numerosas esclavas con el tiempo que parecÃa acechar Roma. Tras ver el leve asentimiento del hombre, salió disparada a la calle tras agachar la cabeza tras la presencia de su ama.
Emergió por entre las calles para ir deslizándose entre patricios y las legiones urbanae en busca de la domus de su antiguo dueño y salvador para intentar hablar con su madre unos momentos. Instantes después se coló por la cocina con la ayuda de las antiguas esclavas y se dirigieron a la habitación que tenÃan en la parte baja de la domus. Fue Emilia hija quien habló primero.
- Veo que estás bien madre, eso me alegra. - comenzó con una sonrisa.
- Gracias hija. Espero que tu también estés bien en tu nueva domus pese a lo que hablamos.
- Si madre. Estoy bien donde estoy y no son amos duros pero...
- ¿Pero hija? Cuéntame lo que has venido a contarme.
Emilia asintió sorprendida. Su madre la conocÃa mejor de lo que ella pensaba. Decidió ir al quid de la cuestión y dejarse de rodeos innecesarios.
- Madre, ayer mi ama me encomendó una difÃcil orden. Debo informarla de todo lo que haga mi amo.
- ¿Tan sólo eso debes contarme?
- He estado pensando toda la noche y no se si debo contarle a mi amo lo que pretende su esposa. Él no se merece eso...
- ¿Quién eres tu para decidir que se merece tu amo? No pierdas la noción de quien eres en esa domus hija mÃa. Eres una simple esclava y pueden hacer contigo lo que quieran. - Una pequeña lágrima de impotencia comenzó a surcar su cara. Se acercó la mano izquierda y con un suave movimiento se la quitó, para seguir hablando con un tono de voz más autoritario aún. - No eres nadie en esa casa para pensar o decidir que hacer. Cumple la orden como mejor puedas si no quieres perder tu vida. Ahora márchate y deja que todo siga su curso. Es lo mejor para ti.
Y con esto Emilia madre se levantó y tras dar dos besos a su hija se dirigió a la cocina y la dejó mirando como se marchaba con el peso de los años en su curvada espalda. Soltó un suspiro de cansancio y tras mirar a su antiguo lecho, levantó la mirada y salió de la domus tras darle un beso a su madre. Decidió recurrir a las tareas que tenÃa encomendadas y se dirigió al Macellum para comprar lo que el atriense y su señora le habÃan mandado. Tras hacer todo lo que le habÃan ordenado, decidió perderse por las tumultuosas calles de Roma en busca de tiempo para pensar. PodÃa argumentar a su tardanza las colas que se formaban delante de cada mercader, y estaba segura que aceptarÃan aquella excusa como buena.
Decidió callejear intentando buscar las calles menos concurridas de la poderosa Roma hasta que se encontró con quien menos querÃa ver. Marco Porcio Catón se detuvo tras reconocer a la esclava y se dirigió a ella sin ningún tipo de formalismo ni educación, al fin y al cabo era una esclava.
- Esclava, acércate. Tengo que hablar contigo.
Emilia asintió y agachando la cabeza se acercó. Era una locura plantar cara al protegido del gran Quinto Fabio Máximo. Asà que suspiró para sentir una nueva humillación. Era lo más sensato, y único, que podÃa hacer.
- Quiero que sepas que entiendo que hablaras con tu amo tras golpearte, pero lo que debes entender es que te mereces cada golpe que recibas y cada insulto. Eres una esclava, naciste para ello y para servirnos. No eres romana, aunque no se si naciste aquÃ, aún asÃ, no creas que me he olvidado de ti.
Instantes después, Emilia recibió un empujón, cayendo en el suelo mojado de un pequeño callejón. Estaba sorprendida, no creÃa que aquel hombre hiciera algo en mitad de una de las ciudades más poderosas del mundo. Marco Porcio Catón se adelantó y tras darle un puntapié en el estómago se arrodilló cerca de ella. Comenzó a susurrar.
- Recuerda que no eres nadie, y si acabo ahora mismo con tu vida nadie me dirá nada, y puede que hasta nadie te echara en falta.
- Hazlo y probarás la ira de mi amo. - Emilia se quedó petrificada al escuchar las palabras que habÃa lanzado.
- ¿Crees que me da miedo tu amo? - preguntó con los ojos inyectados en rabia.
- El romano no teme a quien es superior, pero quizás deberÃa aprender a hacerlo. - Se habÃa armado de valor. No tenÃa nada que perder.
- ¿Sabes quien es Anibal?
- Si, es quien tiene atemorizada a toda Roma.
Un nuevo puñetazo surcó el aire hasta resonar en la cara de Emilia. Notó como la sangre comenzaba a surcar la barbilla de la esclava. SabÃa que podÃa pasar de todo, asà que se preparó para lo peor. Pero para sorpresa de ella, cesó en sus golpes. Y tras levantarse, aclaró la voz y la alzó.
- Ahora ve a tu amo y di quien te ha hecho eso. Lo estaré esperando. - Y con una carcajada la dejó en el suelo.
Emilia se levantó como pudo y tras adecentarse la túnica y limpiarse a medias la sangre que todavÃa emanaba en pequeños hilos de sangre, salió con la cabeza gacha al encuentro de su domus y de la seguridad que ésta ofrecÃa.
Cneo Cornelio Aculeo regresaba del Senado cuando pudo ver la cara de Emilia con aquel corte en el labio inferior y la cara con magulladuras. No dudó dos veces y le preguntó directamente.
- ¿Quién te ha hecho eso?
Le sorprendió la dulzura con que pronunciaba aquella frase. Intentó responder pero no hubo aire suficiente para que se volviera voz. Su amo volvió a preguntar, esta vez más serio.
¿Quien ha sido? No habrá sido...
Emilia asintió levemente y salió corriendo para las cocinas mientras que Cneo Cornelio Aculeo entraba en cólera de nuevo. Aquel hombre lo iba a pagar caro, muy caro.
Primavera de 217 a. C.
Roma se despertaba perezosa. El sol se escondÃa entre las poderosas nubes que intentaban dejar a oscuras aquel frÃo amanecer. Un viento se alzaba furioso por entre los árboles mientras el susurro de la llovizna comenzaba a inundar la ciudad. No habÃa sido la mejor noche para Emilia, y su duermevela daba constancia de ello. TodavÃa tenÃa en mente la proposición, o más bien orden, que su ama le habÃa encomendado. Informarle de a donde iba el señor y qué hacÃa en sus salidas de la domus.
Era tarea arriesgada, pues si su amo se enteraba podÃa causar su furia, y estaba segura que la descargarÃa contra ella, una simple esclava. Pero en un rinconcito de los pensamientos de Emilia surcaba la idea de contarle todo al amo y que él decidiera que hacer en aquella situación. Tras varias horas pudo ver como la luz del sobrio amanecer comenzaba a inundar aquella mañana en Roma. Y tras pasar una noche en vela todavÃa no habÃa elegido que hacer con aquel dilema que surcaba su mente, aunque no supiera el motivo de tantos pensamientos encontrados.
Miró por la ventana y decidió que era la hora de comenzar las tareas de la mañana en la domus, asà que sin dudarlo más, se puso la túnica que le habÃa regalado su amo y fue directa a la cocina a preparar el desayuno para sus amos. No habÃa conseguido quitarse de la cabeza aquello en las primeras horas de la mañana y decidió entonces que tenÃa que pedir consejo. TenÃa claro que a los demás esclavos no tenÃa que preguntarle pues apoyarÃan totalmente la orden de su ama.
El atriense tampoco dudarÃa y no estaba segura si le pegarÃa tan solo por dudar hacer lo que le mandaban. Solo habÃa una persona en toda Roma capaz de escucharla y darle el consejo apropiado. Su madre. Decidió anunciar al atriense que ella se encargarÃa de las pocas compras en el Macellum y asà quitarÃa de salir a numerosas esclavas con el tiempo que parecÃa acechar Roma. Tras ver el leve asentimiento del hombre, salió disparada a la calle tras agachar la cabeza tras la presencia de su ama.
Emergió por entre las calles para ir deslizándose entre patricios y las legiones urbanae en busca de la domus de su antiguo dueño y salvador para intentar hablar con su madre unos momentos. Instantes después se coló por la cocina con la ayuda de las antiguas esclavas y se dirigieron a la habitación que tenÃan en la parte baja de la domus. Fue Emilia hija quien habló primero.
- Veo que estás bien madre, eso me alegra. - comenzó con una sonrisa.
- Gracias hija. Espero que tu también estés bien en tu nueva domus pese a lo que hablamos.
- Si madre. Estoy bien donde estoy y no son amos duros pero...
- ¿Pero hija? Cuéntame lo que has venido a contarme.
Emilia asintió sorprendida. Su madre la conocÃa mejor de lo que ella pensaba. Decidió ir al quid de la cuestión y dejarse de rodeos innecesarios.
- Madre, ayer mi ama me encomendó una difÃcil orden. Debo informarla de todo lo que haga mi amo.
- ¿Tan sólo eso debes contarme?
- He estado pensando toda la noche y no se si debo contarle a mi amo lo que pretende su esposa. Él no se merece eso...
- ¿Quién eres tu para decidir que se merece tu amo? No pierdas la noción de quien eres en esa domus hija mÃa. Eres una simple esclava y pueden hacer contigo lo que quieran. - Una pequeña lágrima de impotencia comenzó a surcar su cara. Se acercó la mano izquierda y con un suave movimiento se la quitó, para seguir hablando con un tono de voz más autoritario aún. - No eres nadie en esa casa para pensar o decidir que hacer. Cumple la orden como mejor puedas si no quieres perder tu vida. Ahora márchate y deja que todo siga su curso. Es lo mejor para ti.
Y con esto Emilia madre se levantó y tras dar dos besos a su hija se dirigió a la cocina y la dejó mirando como se marchaba con el peso de los años en su curvada espalda. Soltó un suspiro de cansancio y tras mirar a su antiguo lecho, levantó la mirada y salió de la domus tras darle un beso a su madre. Decidió recurrir a las tareas que tenÃa encomendadas y se dirigió al Macellum para comprar lo que el atriense y su señora le habÃan mandado. Tras hacer todo lo que le habÃan ordenado, decidió perderse por las tumultuosas calles de Roma en busca de tiempo para pensar. PodÃa argumentar a su tardanza las colas que se formaban delante de cada mercader, y estaba segura que aceptarÃan aquella excusa como buena.
Decidió callejear intentando buscar las calles menos concurridas de la poderosa Roma hasta que se encontró con quien menos querÃa ver. Marco Porcio Catón se detuvo tras reconocer a la esclava y se dirigió a ella sin ningún tipo de formalismo ni educación, al fin y al cabo era una esclava.
- Esclava, acércate. Tengo que hablar contigo.
Emilia asintió y agachando la cabeza se acercó. Era una locura plantar cara al protegido del gran Quinto Fabio Máximo. Asà que suspiró para sentir una nueva humillación. Era lo más sensato, y único, que podÃa hacer.
- Quiero que sepas que entiendo que hablaras con tu amo tras golpearte, pero lo que debes entender es que te mereces cada golpe que recibas y cada insulto. Eres una esclava, naciste para ello y para servirnos. No eres romana, aunque no se si naciste aquÃ, aún asÃ, no creas que me he olvidado de ti.
Instantes después, Emilia recibió un empujón, cayendo en el suelo mojado de un pequeño callejón. Estaba sorprendida, no creÃa que aquel hombre hiciera algo en mitad de una de las ciudades más poderosas del mundo. Marco Porcio Catón se adelantó y tras darle un puntapié en el estómago se arrodilló cerca de ella. Comenzó a susurrar.
- Recuerda que no eres nadie, y si acabo ahora mismo con tu vida nadie me dirá nada, y puede que hasta nadie te echara en falta.
- Hazlo y probarás la ira de mi amo. - Emilia se quedó petrificada al escuchar las palabras que habÃa lanzado.
- ¿Crees que me da miedo tu amo? - preguntó con los ojos inyectados en rabia.
- El romano no teme a quien es superior, pero quizás deberÃa aprender a hacerlo. - Se habÃa armado de valor. No tenÃa nada que perder.
- ¿Sabes quien es Anibal?
- Si, es quien tiene atemorizada a toda Roma.
Un nuevo puñetazo surcó el aire hasta resonar en la cara de Emilia. Notó como la sangre comenzaba a surcar la barbilla de la esclava. SabÃa que podÃa pasar de todo, asà que se preparó para lo peor. Pero para sorpresa de ella, cesó en sus golpes. Y tras levantarse, aclaró la voz y la alzó.
- Ahora ve a tu amo y di quien te ha hecho eso. Lo estaré esperando. - Y con una carcajada la dejó en el suelo.
Emilia se levantó como pudo y tras adecentarse la túnica y limpiarse a medias la sangre que todavÃa emanaba en pequeños hilos de sangre, salió con la cabeza gacha al encuentro de su domus y de la seguridad que ésta ofrecÃa.
Cneo Cornelio Aculeo regresaba del Senado cuando pudo ver la cara de Emilia con aquel corte en el labio inferior y la cara con magulladuras. No dudó dos veces y le preguntó directamente.
- ¿Quién te ha hecho eso?
Le sorprendió la dulzura con que pronunciaba aquella frase. Intentó responder pero no hubo aire suficiente para que se volviera voz. Su amo volvió a preguntar, esta vez más serio.
¿Quien ha sido? No habrá sido...
Emilia asintió levemente y salió corriendo para las cocinas mientras que Cneo Cornelio Aculeo entraba en cólera de nuevo. Aquel hombre lo iba a pagar caro, muy caro.
Al fin capÃtulo!, y uno muy interesante, por cierto...
ResponderEliminarHay que ver que hijo de la gran p... es ese Marco, mira que decirle todas esas cosas y pegarle de esa manera! A ver si es verdad y Cneo le da su merecido a ese mal nacido...
Por lo que veo, tendré que esperar a que vuelvas a publicar para verlo...
Saludos y gracias por el capi!
Bs!
Me encanta porque Emilia novse deja aplacar y su amo es como un padre :)
ResponderEliminarEl otro tonto y la ama tiene el mismo hobby de amargar y tocar las narices por lo que veo...
:) me gusta, proximo ya
Me encanta, me has dejado en intriga. Me habia olvidado del capitulo hasta hoy pero ya esta leido. Quiero saber que pasa, me hss dejado en intriga
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