Tinta Roja, I
Varias lanzas de color escarlata se clavaban en el ocaso del día. El silencio gobernaba aquella calle con mano indulgente mientras que varios cuervos sobrevolaban ciertos árboles con ganas de cenar. El parque por el que pasó se encontraba vacío, salvo por cientos de hojas que revoloteaban anunciando la llegada del otoño a la ciudad. El hombre iba paseando con tranquilidad mirando todo pero sin observar nada. Giró a la derecha en la siguiente encrucijada y se dirigió hacia el edificio que allí se levantaba, silencioso.
El edificio en cuestión era de color blanco y se alzaba en dieciocho plantas, sólo salpicada muy de vez en cuando por ventanas negras y austeras, cerradas casi todas herméticamente. Decidió sentarse en un banco próximo, expectante, mientras miraba a todos sitios sin mirar. Se encogió de hombros y tras mirar a ambos lados de la calle medio oscuras, entró en aquel edificio del que rezaba un cartel medio apagado. Entró y tras fijarse en el recepcionista que había medio dormido en la parte derecha del hall, se escurrió entre las sombras hasta llegar a las escaleras, las cuales comenzó a subir con naturalidad. Comenzó a colocarse los guantes negros de cuero conforme iba subiendo los escalones, fijándose en la barandilla de madera gastada y en las lámparas que titilaban a su paso.
Tras llegar a la cuarta planta, se puso los cascos y comenzó a sonar su canción favorita, Requiem. Suspiró una vez más, y comenzó a andar por el largo pasillo, que estaba alumbrado por pequeños apliques cansados de vivir. Sonrió ante tal momento de tensión, de relajación, de placer. Decidió saborear ese momento, ese instante en el que todo puede volverse atrás o disfrutar. Decidió llamar. La vida era demasiado corta como para obviar tales placeres.
Una mujer de mediana edad abrió la puerta medio cansada. No tenía la menor intención de seguir con la puerta demasiado abierta hasta que aquel hombre pronunció las primeras palabras, las cuales la dejaron paralizada.
- Dicen que los sueños se cumplen cuando menos los esperas. ¿Qué piensa usted de eso?
- ¿Per...dón?
- Los sueños, son tan inalcanzables y a la vez tan cercanos...Si, bueno, de hecho son tantos los momentos que perdemos soñando... ¿Puedo pasar? - argumentó entrando sin esperar el permiso de la mujer.
- Eh... Sí, claro, pase. ¿Cómo se llama?
- Lo importante no es el nombre, es con lo que usted sueña cada noche... ¿Me sirve algo de beber? Vengo cansado del viaje. Bueno, mejor voy yo señora, y así no tiene que moverse.
Con la cautela de la experiencia, se levantó con suavidad y tras dedicarle una cálida sonrisa, agarró el pequeño maletín que tenía. Segundos después, aquel hombre sacó un pañuelo del mismo maletín donde lo mojó con cloroformo y, tras acercarse sigilosamente a la mujer, le puso el pañuelo en la nariz y boca. La mujer se retorció varios instantes hasta que cayó como un peso muerto en la silla donde estaba sentada. En ese mismo momento una sonrisa triunfal emergió en su rostro. Fue entonces cuando se relajó, y tras amordazar a la mujer, comenzó con su ritual.
Despojó a la mujer de toda ropa que llevara puesta para luego dejarla caer sobre el frío suelo, mientras que en el maletín iba guardando pequeños detalles de la mujer, algo que nadie echaría en falta a simple vista. Era algo que siempre resultaba efectivo, y así hacía desde hacía varios años.
La mujer comenzó a despertarse pero tras dos patadas del hombre en el estómago, cayó, gimiendo de dolor, mientras aquel hombre comenzaba a limpiar las huellas dejadas en la cocina y en los distintos muebles de donde había cogido ciertas piezas de valor, aunque para él lo importante no era el robo, sino el ritual con el que disfrutaba cada vez que lo hacía. Fue entonces cuando fue al congelador de la cocina y buscó lo que sabía que tenía. Fue entonces cuando sacó de nuevo el pañuelo mojado en cloroformo y lo usó de nuevo. Tras quedarse de nuevo dormida, le quitó la mordaza y la llevó en peso hacia su cama. Miró alrededor y se sentó al lado del cuerpo. La mujer respiraba tranquila, de forma pausada, y fue entonces cuando introdujo grandes cantidades de hielo en la garganta de la mujer, para luego sellar la nariz y la boca con cinta adhesiva para cortarle la respiración.
El hombre apagó la luz y comenzó a recoger los pocos enseres que todavía se esparcían por el suelo del salón. Cuando terminó, se dio cuenta que la mujer había fallecido debido a la falta de aires en sus pulmones. El hielo había hecho perfectamente su trabajo y ahora sería prácticamente imposible averiguar la causa de la muerte. Sacó un pequeño cuchillo y garabateó en la pierna izquierda una suave firma en forma de letra "A."
El frío de la noche comenzaba a alzarse entre los frondosos árboles, mientras aquel hombre, tranquilo, relajado, se escondía entre las sombras para no volver a aparecer hasta que la luz del sol emergiera de nuevo sobre la tierra fresca del parque.
Tras llegar a la cuarta planta, se puso los cascos y comenzó a sonar su canción favorita, Requiem. Suspiró una vez más, y comenzó a andar por el largo pasillo, que estaba alumbrado por pequeños apliques cansados de vivir. Sonrió ante tal momento de tensión, de relajación, de placer. Decidió saborear ese momento, ese instante en el que todo puede volverse atrás o disfrutar. Decidió llamar. La vida era demasiado corta como para obviar tales placeres.
Una mujer de mediana edad abrió la puerta medio cansada. No tenía la menor intención de seguir con la puerta demasiado abierta hasta que aquel hombre pronunció las primeras palabras, las cuales la dejaron paralizada.
- Dicen que los sueños se cumplen cuando menos los esperas. ¿Qué piensa usted de eso?
- ¿Per...dón?
- Los sueños, son tan inalcanzables y a la vez tan cercanos...Si, bueno, de hecho son tantos los momentos que perdemos soñando... ¿Puedo pasar? - argumentó entrando sin esperar el permiso de la mujer.
- Eh... Sí, claro, pase. ¿Cómo se llama?
- Lo importante no es el nombre, es con lo que usted sueña cada noche... ¿Me sirve algo de beber? Vengo cansado del viaje. Bueno, mejor voy yo señora, y así no tiene que moverse.
Con la cautela de la experiencia, se levantó con suavidad y tras dedicarle una cálida sonrisa, agarró el pequeño maletín que tenía. Segundos después, aquel hombre sacó un pañuelo del mismo maletín donde lo mojó con cloroformo y, tras acercarse sigilosamente a la mujer, le puso el pañuelo en la nariz y boca. La mujer se retorció varios instantes hasta que cayó como un peso muerto en la silla donde estaba sentada. En ese mismo momento una sonrisa triunfal emergió en su rostro. Fue entonces cuando se relajó, y tras amordazar a la mujer, comenzó con su ritual.
Despojó a la mujer de toda ropa que llevara puesta para luego dejarla caer sobre el frío suelo, mientras que en el maletín iba guardando pequeños detalles de la mujer, algo que nadie echaría en falta a simple vista. Era algo que siempre resultaba efectivo, y así hacía desde hacía varios años.
La mujer comenzó a despertarse pero tras dos patadas del hombre en el estómago, cayó, gimiendo de dolor, mientras aquel hombre comenzaba a limpiar las huellas dejadas en la cocina y en los distintos muebles de donde había cogido ciertas piezas de valor, aunque para él lo importante no era el robo, sino el ritual con el que disfrutaba cada vez que lo hacía. Fue entonces cuando fue al congelador de la cocina y buscó lo que sabía que tenía. Fue entonces cuando sacó de nuevo el pañuelo mojado en cloroformo y lo usó de nuevo. Tras quedarse de nuevo dormida, le quitó la mordaza y la llevó en peso hacia su cama. Miró alrededor y se sentó al lado del cuerpo. La mujer respiraba tranquila, de forma pausada, y fue entonces cuando introdujo grandes cantidades de hielo en la garganta de la mujer, para luego sellar la nariz y la boca con cinta adhesiva para cortarle la respiración.
El hombre apagó la luz y comenzó a recoger los pocos enseres que todavía se esparcían por el suelo del salón. Cuando terminó, se dio cuenta que la mujer había fallecido debido a la falta de aires en sus pulmones. El hielo había hecho perfectamente su trabajo y ahora sería prácticamente imposible averiguar la causa de la muerte. Sacó un pequeño cuchillo y garabateó en la pierna izquierda una suave firma en forma de letra "A."
El frío de la noche comenzaba a alzarse entre los frondosos árboles, mientras aquel hombre, tranquilo, relajado, se escondía entre las sombras para no volver a aparecer hasta que la luz del sol emergiera de nuevo sobre la tierra fresca del parque.
Dios.. me he quedado super pillada al leer...
ResponderEliminarAparenta estar super interesante.. me gusta mucho. Demuestras que tienes talento y me encanta :)
Por dios me he quedado con ganas de mas. No seais malos y continuarla. Me recuerda a Dexter y por eso me gusta
ResponderEliminarEs ciertamente una entrada intrigante. Tal vez convendría editar algunos fragmentos para evitar ciertas reiteraciones y hacer la prosa más ligera. Pero en conjunto es un texto interesante, entran ganas de seguir leyendo que es lo fundamental.
ResponderEliminarUn saludo,
Sonia
Pues como todo lo que escribes, está genial! Además engancha.. Espero la continuación =)
ResponderEliminar¡ME ENCANTA! *-------------*
ResponderEliminarBueno, esto me pasa por no copiar antes de intentar comentarte. Es la segunda vez que intento enviarlo. A ver si hay suerte. Pero voy a ir al grano, ya que no quiero entretenerme más...
ResponderEliminarMe encanta la forma que tienes de narrar la situación incluso he puesto Requiem para meterme más en el papel y por eso, te voy a decir unas cosas que a mi me han fallado, espero que no te importe, ahí va:
1-. Nunca, bajo ningún concepto, una mujer sola, dejaría entrar a un desconocido sin saber por qué esta en su casa. Y si lo hace, es tonta del culo. (Perdona mis modales, estoy un poco irritada después de no poder enviar un comentario decente).
2-.Cuando el "asesino" entra en la casa y le dice a la señora que va a "coger" algo de beber, ella está en la puerta de la entrada,¿cómo puede ser que cuando el asesino coge el cloroformo ella esté sentada en un taburete dándole la espalda a alguien que no conoce? Ya ni hablemos del hecho de que está tan tranquila.
3-.Cuando ya la ha drogado, y ella está en el suelo, dices que la amordaza, y luego la lleva a la cama después de otra dosis de droga y un par de patadas de regalo, -ahora- desde mi punto de vista si ella esta SOLO amordazada, es muy probable que despierte por la falta de aire en su sistema, si no esta atada, entonces, ¿qué le impide quitarse las cintas adhesivas?
Perdóname por ser tan drástica, en el otro comentario era más sutil, pero es que blogger me saca de mis casillas.
Un cordial saludo.
Serela Ense
Acabo de ver tu comentario y voy a responder a lo que me comentas, lo primero es que ella no lo deja pasar, cierto, el entra sin esperar el permiso, es algo que lee claramente. Ella todavía está descolocada por lo que dijo, y no se da cuenta realmente hasta que ambos se sientan, algo que se sobreentiende, porque si se sienta el, no sería si ella no se hubiera sentado antes. Y en cuanto al cloroformo, creo que ya Abel te respondió, de todas maneras ahí no pone que se despertara, cabe la posibilidad que muriera dormida por el cloroformo, que es precisamente lo que pasa. Además, si se llega a quitar las cintas adhesivas hubiera dado igual, la mató la gran cantidad de hielo en su garganta, que no dejaba pasar el aire.
ResponderEliminarUn saludo y espero que queden aclaradas tus dudas.
Un beso.