El Mundo | En el campo...
Ráfagas de viento hacían bailar las ramas de los cipreses. La luna jugueteaba con los surcos del gran río mientras los pequeños animales saciaban sus necesidades más vitales. Viento y silencio, pero era un silencio doble. El primero, el que se notaba era un silencio a medias, donde podías escuchar el hábitat del viento y de los que allí vivían. El segundo, más profundo, se adivinaba cuando todos dormían. Cuando el mundo se escapaba a esa habitación, ese silencio se presentaba a escondidas, sin prisas. El viento seguía resonando en los árboles mientras el mundo seguía su curso.
La madera ajada por los años y las tormentas, despuntaba entre el mar de ramas y bosques de abetos. Un pequeño tiro en una esquina anunciaba una chimenea. La oscuridad se acrecentaba por el color de las tablas que la revestían. Cuatro pequeñas ventanas se dibujaban en la pared principal, donde una simple puerta de hierro marcaba el principio a una antigua época. Los pilares más fuertes rodeaban prácticamente la cabaña, mas contrafuertes de hierro hacían el verdadero trabajo. El mundo se había olvidado del bosque que se escondía apenas quince minutos de la gran ciudad. La sociedad prefería la contaminación a la salud.
En la ventana, la cortina amarilla se descorrió y resplandeció un candil de aceite casi prehistórico para la época. Seis reinaban sobre la pequeña estancia que era el salón, y eran demasiados para la única persona que la habitaba. Era mayor, con barba y pelo blanco, y una mirada tan penetrante como en sus mejores años. Se había olvidado de lo que había luchado en la vida para conseguir todo lo que tenía, pese a que no tenía nada. Nada por lo que volver a luchar de nuevo, su guerra había terminado hace muchos años, y pese a ello, seguía despertándose cada día. Tenía muchas cosas que hacer y el huerto no se iba a cuidar solo.
Tenía suerte, pese a la pérdida de alguien tan importante como ella hace años, la vida le había tratado demasiado mejor de lo que esperaba, Y a su edad, en aquella cabaña, era feliz. Tenía lo justo para seguir viviendo y a veces le faltaba, pero nada como despertarse y abrir la ventana. Silencio, aire fresco, soledad. Algo que, aunque suene cruel, solo había empezado a disfrutar con su gran pérdida. Ahora estaba completamente seguro que no podría desprenderse de ella. Aun cuando la vida le ofreciera una segunda oportunidad con ella. Le había dado una gran vida pero la mala suerte había acabado con ella, pero la vida es eso, cuestión de suerte. No podría quejarse, algún día tendría que pagar un precio.
- Malditos recuerdos...
Nunca tuvo dudas sobre aquello que pasó. Debía pasar y así fue. Ningún remordimiento acude a su mente, al menos ninguno que lo atormente en demasía. Los achaques de la edad hacen que las horas pasen más lentas, más pesadas en cuanto a la memoria, los recuerdos, las caricias... Millones de recuerdos de algo que es pasado al fin y al cabo. Dejó la ventana y se sentó en el gran sillón donde se enfrascaba en películas que había visto decenas de veces. La televisión llegaba a duras penas a la cabaña pero no era su prioridad el hartarse de programas basura en los que la vida de los demás era tema de estado. Ya tenía demasiado con su propia vida y recuerdos.
Cenó de forma ligera para seguir enfrascado en sus recuerdos. Sí, iba a ver una película pero siempre tenía algo pendiente que jamas hacía. Lo debía hacer, se lo debía a ella, Pero no era el momento, no era el lugar, no era la historia. Algún día lo tenía que hacer, y pronto. Pero no había un momento perfecto en tantos años para ello. Revisó la lista de películas que podría ver y su vista, sin querer o no, se posó en aquel antiguo marco con aquella fotografía. Esa fotografía. Sonrió con un golpe de cabeza. Irónicamente. Quien les iba a decir que todo acabaría así. Pero así era la vida y así había pasado. Volvió a mirar por la ventana y no vio nada.
La oscuridad se había hecho reina del bosque. Sólo se escuchaba el viento que golpeaba las ramas y la vida en el campo. Un campo que había sido abandonado hace años. Como su vida, como sus recuerdos. Se quedó mirando hasta que los candiles de aceite se apagaron. Luego, con la experiencia del camino recorrido millones de veces, fue a su habitación y soñó con ella. Con su pasado. Con sus recuerdos.
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