La Princesa De Luz, Reencuentro

Isabel sacó aquel pequeño pergamino donde rezaba que buscaban a una pequeña con pelo negro y ojos verdes, que se había escapado de noche. Entonces comprendió perfectamente lo que aquella voz le había susurrado. Debía escapar de aquellas personas antes de que la entregaran y no la dejaran seguir aquellos halos de luz azul que tanto la tranquilizaban. Tenía que hacer algo. Se guardó el papel doblado en el interior de su ropa, y tras componer su sonrisa más celestial, preguntó a Elisea.

- ¿Por qué decidísteis a refugiarme?

- Porque te encontramos sola y con miedo, y los caminos están muy inseguros.

- Claro, ¿No había ningún motivo más?

Elisea miró a la pequeña con curiosidad. Una sonrisa de complicidad emergió desde sus labios, y preguntó con fingida amabilidad.

- ¿A qué tantas preguntas, pequeña?

- Simple curiosidad, Elisea.- respondió con una amplia sonrisa

Ella correspondió con otra sonrisa, y antes de volverse vio a Guillermo, con gesto de preocupación. Él hizo para a los caballos con un tirón de las riendas, y miró a la pequeña con seriedad.

- Mira pequeña, te vas a callar durante todo el camino, pues a mi no me gusta escuchar vocecitas de niñas preguntonas. Así el viaje será...

Una arcada emergió de la garganta de Guillermo, mientras borbotones de sangre emergían por su garganta y su boca. Isabel dio un grito ahogado cuando vio que Guillermo se lanzó las manos al cuello para intentarse quitar la flecha que le cortaba la respiración. Tras serle imposible, se acerco a Isabel paracogerle de la ropa suplicando ayuda. Ella se apartó, y vio como sus ojos se fueron apagando entre la rabia y la asfixia. Elisea, que miraba al frente, giró la cabeza y vio a su marido tendido, mientras todas sus pertenencias se empapaban de sangre. Los ojos se le inundaron de rabia y dolor, y tras agarrar a la pequeña por el cuello, le soltó un bofetón con toda la rabia posible. La niña cayó hacia atrás, inundando las mangas de sangre caliente. Dos flechas casi seguidas se clavaron en las patas de uno de los caballos, haciéndolo caer y rebuznar de dolor.

Elisea no sabía a donde mirar, la tensión y la rabia no la dejaban ver con claridad. Segundos después sintió un golpe seco en la nuca y todo se volvió negro.


Unas horas después, se despertó con dolor intenso de cabeza. Intentó removerse, pero estaba atada de pies y manos, y tenía un trozo de tela metido en la boca. Intentó salivar, pero se secaba rápidamente con la traza de tela. Miró alrededor y vio a la pequeña Isabel, sentada, con un cuenco de lo que parecía sopa en las manos. Varias lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas al notar que el hambre retumbaba por todo su cuerpo.

- Se te acabó el cuento, ahora la pequeña es mía.- susurró una voz al oído de Elisea.- Habéis sido muy astutos, haciéndoos pasar por comerciantes, pero todo eso acabó. Desde el primer momento que la vi, supe quien era y tiene que ser mía. Nunca te darás cuenta de lo que puede llegar a hacer. Os viciaba el dinero de la recompensa, pero ahora es mía. Pero no llores, tu marido arde tranquilamente en un calvero del bosque. No sufrió mucho, ¿verdad?- emergió una sonrisa canina de sus labios, pero siguió hablando.- La pequeña tiene mi confianza, soy un hombre bueno. Me tiene en alta estima, es fácil manipular sus habilidades y sus sentimientos. Pero eso tu no lo verás, ¿verdad?

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