Circo Negro: Interludio, III


La tarde previa la Cuarta Función. 

Jamás había presentado dudas antes del comienzo de una misión. Tampoco era el momento ahora. Crakium tenía perfectamente memorizado su forma de actuar y su plan. Nadie le iba a quitar lo que ansiaba. Sabía que su tío, el gran futuro de las Tierras Rojas, Quiómus, tenía puestas las miras demasiado altas y no se fijaba en él. Era el momento de aprender y aceptar cualquier misión y, sobre todo, no despuntar demasiado. Tarde para él pues su talento aparecía antes de que siquiera pueda mantenerlo a raya. El plan de su tío arrebatándole a aquel desgraciado el sueño de toda su vida y bautizándolo como Circo Negro había sido una jugada maestra. Como también lo había sido su insistencia a su maestro, Hórtrux, para que lo mandara con su tío y poder ayudarle. No era idea de él como pensaba, era curioso como los pensamientos pueden manipularse sin que se diera cuenta. 

Admiraba también a su tío y su forma de hacer magia. Su bastón había resultado ser un potente adquisición. Quién sabe si algún día tendría él uno, o ese mismo. Le debía mucho y no era decente intentar arrebatarle sus pretensiones, pero él le había arrebatado a sus padres y él no se había quejado. Nada de aquello tiene sentido cuando antepones el poder y la ambición. La familia es muy bonita hasta que la muerte y la sangre se interpone, entonces nada importa. Esta noche iría a casa de Francisco y los asesinaría tal y como le habían mandado. A su cortísima edad, nadie iba a sospechar de él en un tiempo y, si lo hacían con el paso de los meses, tenía claro cual era su objetivo. Se echó a reír mientras observaba con profunda admiración aquellas lonas negras que eran una de las tantas puertas que su tío había abierto de camino a las Tierras Rojas a lo largo de su mítica historia. 

En la caravana de Roberto, esa misma tarde.

Estaba preocupado por su sobrino. Tenía un talento realmente increíble y tenía cierto miedo a que los planes de Crakium interfirieran con los de él. No creía que pudiera con él. Tenía claro que no iban a enfrentarse, al menos en esa misión. El Circo Negro era mucho más importantes que disputas familiares. Además, mañana era la Cuarta Función y tenían que seguir con el plan de seguir atrayendo almas, aquellas que reclamaban desde el Montaet. Tenían que cumplir, y de momento, aquellas órdenes eran supremas. Ya se vería más tarde si seguían haciéndolas, en aquellos días no convenía ponerse en desacuerdo con los Maestros de las Tierras Rojas. 

Su primer problema, y el más importante, era terminar de conseguir la total confianza de todo el plantel de trabajadores del antiguo Circo Maravillas. El antiguo dueño aun es reticente a confiar totalmente en él y tiene que hacerlo, quiere jugar con su mente y destrozarlo y jura una vez más que lo conseguirá. Se acerca a la ventana y se asoma. Ve a todos sus nuevos trabajadores poniendo a punto las gradas y adecentando la arena central. Las lonas han sido levantadas para poder limpiar mejor y no agobiar el ambiente bajo la carpa. Tiene claro que la guerra va a comenzar en los próximos días, aunque de manera silenciosa. Espera que, para cuando se den cuenta, no hagan nada porque ya estarán rotos por dentro y tendrán que seguir sus instrucciones si quieren seguir manteniendo alguna ilusión. Él, Quiómus, próximo Maestro dentro del Montaet, era un experto en jugar con las ilusiones de los más debiles. La Cuarta Función era mañana, todo estaba preparado. Esperaba que Crakium no fallara, aunque estaba seguro de que no lo haría. Tenía ansias de demostrar todo su poder, ese mismo poder que, en silencio, le daba miedo a Quiómus. 

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