Circo Negro: La Caza, II


Francisco y Carol, la pareja de ancianos que Crakium tenía que asesinar, sonreían ajenos a lo que se les venía encima. Carles por su parte, irradiaba felicidad, algo que no desentonaba con lo que se preveía de una actitud infantil para un niño de esa edad a pesar de haber perdido a sus padres. Le habían tomado cariño pese a que llevaba poco tiempo con ellos. Carles tomó nuevamente la palabra. 

- Tengo una curiosidad, ¿por qué no comen nada en día de función? 

- Tuve un problema bastante inoportuno en una de las funciones cuando era joven, algo me sentó mal y tuve problemas estomacales en plena función. Salir corriendo mientras tu pareja se juega la vida no llega a ser demasiado profesional. Es por ello que espero a que acabe para poder hartarme sin problemas. - respondió Francisco con nostalgia. 

- Bonita historia que contar a vuestros hijos, sí...

La pareja de ancianos rió con nostalgia. Fue ella quien tomó la palabra para contarle parte de su historia personal, y la de ambos en general. 

- No tenemos hijos. Tuvimos dos, pero ya no están con nosotros. Murieron en un accidente de tráfico hace ya más de dos décadas cuando venían a vernos a una función importante en París. Llovía demasiado y no vieron la curva que los hizo caer por el barranco. Nosotros haciendo reír a medio mundo mientras que nosotros dejamos de hacerlo aquella misma noche. La policía nos llamó a mitad de la función pero no respondimos. Caímos en la cuenta una vez estábamos cenando que nuestros hijos no habían venido. Nos acordamos de la llamada de la policía y todo lo demás ha sido dolor y rabia desde aquella noche. 

- Es algo muy duro... ¿No tienen nietos o familiares cercanos? 

- Nada, todos han fallecido ya por causas de la vida. Quizás nos quede algún sobrino o primo pero nadie que nos recuerde una vez caigamos en la tumba. 

- Bueno, aquí tenéis a un nieto con ganas de tener abuelos. - comentó con su mejor sonrisa infantil. Aquella que tantas alegrías le había dado desde que descendió a las Tierras Rojas. 

- ¡Y estaremos encantados de serlo si nos dejas! Nunca hemos tenido un nieto y será muy bonito. - respondieron ilusionados. 

Así pasaron la tarde hasta que se comieron toda la tarta de chocolate. El azúcar hizo su efecto y comenzaron a relajarse. Carles anunció su marcha cuando la noche estaba llegando y la pareja de ancianos aceptó encantados poder irse a la cama. El pequeño abandonó la caravana y se fue directamente hacia una de las ventanas en las que podía escuchar el devenir de la pareja de ancianos antes de acostarse. Ambos hablaban sobre lo bonita que había sido la tarde con el niño y estaban contentos con la idea de ser sus abuelos postizos. Francisco comenzó a toser un poco esperando que se le pasara el pequeño catarro que tenía hasta que Carol también empezó a toser. 

Segundos después la sangre salía de sus gargantas. La tos se hizo más fuerte hasta que los encorvó sobre la mesa de la cocina, desconcertados. Ella acabó vomitando sobre la mesa en la que vio pequeños trozos de algo viscoso. Estaban seguros que no era comida pues la tarta ya se habría deshecho de lo suave que era. Cuando les comenzó a faltar la respiración se dieron cuenta de qué eran esos pequeños trozos. Eran parte de los pulmones que, junto con la sangre, los estaba ahogando sin remedio. Cuando se dieron cuenta intentaron gritar y pedir ayuda pero la sangre los ahogaba. Cayeron al suelo y mirándose en los últimos momentos de su vida vieron como Carles entraba de nuevo en la caravana y, sorprendidos, vieron cómo se reía de la escena. 

- Lo siento abuelitos, pero mi tío manda y os quiere muertos. Como bien me habéis dicho en alguna ocasión hay que hacer caso a los mayores y a los que nos cuidan. 

Ambos alzaron las manos implorando una ayuda que no llegó jamás. Una vez los cuerpos dejaron de respirar y de escupir, Carles salió y cerró el candado de la caravana. A la mañana siguiente los hombres de las Tierras Rojas habrán hecho desaparecer la caravana y todo lo que contiene. No debía preocuparse de la plantilla de trabajadores ni de los habitantes del pueblo, mañana no recordarían ni conocerían de nada a los fallecidos. Sonrió. La cacería había comenzado y ahora podría actuar con más libertad tras rendirle pleitesía, por el momento, a su tio. Había cierto socio de Roberto que necesitaba una dosis de tarta de chocolate. ¿Quién era el para negar los deseos de los mortales? Un simple niño desvalido y huérfano que se estaba divirtiendo. 

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