Circo Negro: Muerte Roja, I


Anochecía en el Circo Negro. Las estrellas refulgían en la noche pese a la tormenta pasada. El aire a tierra mojada ofrecía el perfume perfecto para la noche de primavera. Pequeñas gotas de rocío resquebrajaban los pocos charcos que quedaban. Crakium paseaba con tranquilidad por aquel descampado alejado del propio circo. Quería tranquilidad. Su tío seguía inmerso en el mandato de los Maestros y de Hórtrux. Por su parte él tenía libertad para saciar su sangre, su venganza. Hacía quince años que él había sido asesinado. Desde entonces siempre tendría la edad con la que murió por muchos siglos que pasaran en la eternidad. Las Tierras Rojas te ofrecían un camastro, un motivo por el que seguir muerto y unas ventajas si eras obediente al Montaet. Él, de momento, superaba expectativas. 

Tenía ganas de disfrutar así pues se acercó al pueblo para jugar un poco. Asustaba a los pueblerinos, alguna vez algún asesinato que quedaba sin resolver, así iba disfrutando cada cierto tiempo por el pueblo y por las aldeas cercanas. Se acercó a una casa donde sabía que vivía una familia adinerada. El servicio se había marchado hacía unas horas y era el momento perfecto para hacer la rutina de mantenimiento y quizás, una alma más con la que agasajar a los Maestros mientras su tío planeaba su destrucción. Entró por la puerta trasera y, con el sigilo que le caracterizaba, paseó por la casa encontrando y controlando a los habitantes. Los padres estaban en el salón leyendo un libro mientras que el chico estaba dormido y la chica hacía los deberes del instituto. 

- Podría ir uno a uno y dejar para el final a los padres... Sería divertido. 

Se acercó a la habitación del joven y tras cerrar la puerta, se puso frente a su cama silbando una canción de cuna. Minuto y medio después el chico se despertó y abrió los ojos con sorpresa. No se esperaba a nadie extraño en su casa. Su mentalidad de niño seguro se lo impedía. Sin darle tiempo a gritar, giró la mano izquierda hacia la misma dirección y el cuello del pequeño se abrió con un sonido gutural. Pocos segundos después, la sangre salía a borbotones empapando las sábanas de la cama. En los ojos inertes seguían leyéndose la sorpresa de esa presencia extraña. No le había dado tiempo a sentir miedo. Sorpresa, dolor y muerte. Aspiró con fuerza el aire para alimentar su propio ego. Con una media sonrisa acudió a la habitación de la hermana. Ella no se dio cuenta al instante de la presencia extraña. Tardó pocos segundos en actuar. Crackium se valió de su tan valorada presencia infantil.

- ¡Hola! Por favor no grites... Pasaba por la calle y quería verte. - ella pretendía hablar o chillar pero rápidamente cambió de tema con total naturalidad. - ¿Estudias? ¡Qué envidia me das! Mi tío no me deja aun hacerlo porque no sabe si nos quedaremos aquí mucho tiempo o nos iremos a final de año. ¿En qué curso estás...?

- Marta. Me llamo Marta. Estudio séptimo de EGB. Me preparo para ir a la universidad en unos años. ¿De verdad no te dejan ir a la escuela?

- No, hace unos cuantos años que no voy. Se escribir y leer pero para de contar. No llegué a dar matemáticas.

- ¡Yo puedo enseñarte! - comentó con gracia al chascarrillo, ilusionada. - Si vas a estar aquí por unos cuantos meses mínimo puedo ir enseñándote cosas, si quieres claro. 

- ¡Oh! ¿De veras? ¡Me haría mucha ilusión! ´

Sería de mala educación decirle que no le dará tiempo a dormir, pensó. Sonrió ante su ocurrencia y decidió sentarse a su lado. Ella lo permitió, era tan pequeño que no pensaba que fuera a hacerle nada extraño. Pensó mal. Pocos minutos después, uno de los bolígrafos que utilizaba para realizar apuntes estaba clavado en su garganta, por el cual salía un chorro de sangre. Si lo hubiera quitado la muerte hubiera venido antes, pero ¿qué disfrute habría entonces? Ella lo miraba asustada. No podía hablar ni chillar porque las cuerdas vocales habían sido desgarradas. No podía correr tampoco ya que estaba paralizada. Crakium sonrió y siguió contándole su propia historia, a sabiendas que ella no diría nada. 

- Verás, no voy al colegio porque no crezco. Tendré esta edad hasta el fin de los días o hasta que tu amado Dios le dé por bajar nuevamente. Mientras eso ocurra me voy a dedicar cada día de mi corta vida a cobrarme mi venganza personal. ¿Sabes por qué estoy sin padres? Mi querido tío los asesinó como prueba de sangre. 

Ella, con los ojos casi fuera de sus órbitas asistía a su propia muerte con miedo. No le dio tiempo a más pues el pequeño clavó un segundo bolígrafo, esta vez algo diferente, ya que acababa en cuatro puntas que se abrían una vez se acercaban a su corazón. Antes de dejar de soñar, sintió como las cuatro puntas se abrían dentro de su cuerpo y la vida se le iba entre los dedos. Cayó fulminada tras el dolor de un golpe contra el suelo. Crakium rió abiertamente.

Los padres de los chicos habían escuchado el golpe y la posterior sonrisa. Él, debido a su tamaño, se escondió hasta que pasaran. Fue entonces cuando se acercó a la puerta y con un golpe de muñeca la cerró. Al instante todo cerrojo, puerta, ventana quedó sellada. Hoy tocaba divertirse. Y la muerte roja no esperaba a nadie, salvo a él. 

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