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Hace un largo tiempo, demasiado según para quien lleve las cuentas del destino, comenzó algo que me ilusionaba como nada antes me había ilusionado. Ilusión por cumplir lo que soñaba, lo que mi mente y mi cuerpo necesitaba. Alguien con quién mereciera la pena pasar el resto de mis días en este mundo. Y hemos acabado definiendo que gran parte de mi mundo lleva tu nombre. Ese nombre que se fue colando entre las murallas del dolor y el bloqueo a nada mejor que lo que tenía, la propia soledad.
Fue ella quien me instó a que soñara contigo, a que me perdiera en tus besos y en los momentos que íbamos a vivir y que, por fin, estamos viviendo. Dejamos de planear el futuro, el pasado y vivimos el presente día a día. ¿Qué mejor que soñar con lo que vivimos? Vivo rodeado de increíbles momentos a tu lado. Despertarte, ver como duermes, darte un beso, un abrazo, pelearme contigo y durar dos minutos enfadados si es que llega. Gracias a ti he descubierto a un nuevo Jesús que no conocía, alguien que parecía encerrado bajo algunas llaves que parecían eternas.
Eras ese oasis perdido en un desierto que cada día era más parecido al infierno. Hoy día solo regreso a ese Infierno con la promesa de regresar, y regreso por ti, por tus besos, por estar contigo otros mil noventa y cinco días. Todos esos días han merecido la pena, todos y cada uno, si no estaba contigo aprendía a echarte de menos y si estaba contigo soñaba con seguir estándolo. Mírame a los ojos y dime que quieres otros mil días, mírame y sigamos cumpliendo esa hoja de ruta que hemos marcado hace tres años, porque siempre estaré a tu lado y tu junto a mi. No me hacen falta versos de nadie para decirte que te quiero, que me encantas y que, gracias a los dioses, vivir contigo es el paraíso hasta en el más oscuros de los infiernos.
Te amo muchísimo cariño.
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