El Mundo | En La Costa...
El vaivén de las olas resonaba contra la arena que poco a poco se desprendía, yéndose con ella al mar. El sol se escondía entre las nubes bajas que venían a recargar las reservas para refrescar el mundo a libre albedrío. Varias parejas de ancianos paseaban lentamente, parando cada ciertos pasos para disfrutar el precioso paisaje. Un par de jóvenes paseaban a un can que disfrutaba jugueteando con ellos y con una ajada pelota de tenis que recogía una y otra vez. Un chiringuito de playa se alzaba abandonado para la época, cerrado con tablas y candados para evitar los robos del invierno. Un grupo de chicas corría por la arena mojada para mantener la forma. Una tarde cualquiera en un pueblo costero cualquiera en la que la vida de las personas seguía cual rutina.
Una silla, con una toalla enrollada al respaldo, estaba clavada en la arena enmarcaba perfectamente en cualquier fotografía profesional, pero no estaba allí por eso si no porque su dueña la había dejado allí, esperándole. Ella, por su parte, nadaba entre las olas, combatiendo un frío que muchos odiaban y que ella amaba. Con un bañador clásico negro atrapaba cada ola para luego seguir tras una sonrisa y una bocanada de aire. Las personas que se atrevían a mirarla, se encogían de hombros y titiritaban al ver a la valiente como luchaba con el agua. El pelo moreno recogido en una coleta alta denominaba que todavía se cuidaba y se sentía coqueta. Con cada brazada disfrutaba más, era su hábitat, se sentía perfecta entre las olas. Nadie la molestaba y, además, era casi imposible que nadie se acercara a ella con ese tiempo. Disfrutaba.
Lejos quedaba el pasado, sus problemas actuales, y sus asuntos del futuro. Todo lo olvidaba si se iba a la playa a esas horas de la mañana. Normalmente no había tanta gente, pero le daba igual, casi nadie se enteraba a no ser que se fijara. Iba para olvidar el estrés del día a día, el alto ritmo de trabajo y sobre todo, sus problemas personales. Quizás no entendían como podía tener asuntos privados si casi no tenía vida social, pero eso era el presente, no su pasado. Muchos temas había encerrado en cajas de madera para no volver a tocar, pero era imposible. Había momentos e historias que regresarían por mucho que las cerrara una y otra y otra vez.
Dejó de nadar para volverse invisible a aquellos que la miraban. Las nubes y el poco sol hizo su perfecto trabajo y ella desapareció por un instante, el instante que necesitaba. Todo volvía, no importaba donde los guardara, encerrara o pisoteara, todo volvía, y lo detestaba. Era algo inevitable, obligatorio, y cada día, a pesar de lo que su conciencia le decía, estaba más orgullosa de ello. Pero.
- Malditos recuerdos...
Quiso bucear y desaparecer para siempre. Y eso hizo. Al menos en parte. Buceó y registró las profundidades de la marea para ver que le traían las olas, la flora y fauna del lugar. Monedas, pequeños objetos antiguos. Recuerdos. Todo volvía a lo mismo pese a que no quería. Salió del agua con dos conchas marinas, mojadas en las que más adelante crearía un par de collares, uno para ella, otro para él. Aunque él no estuviera. Quizás algún día se lo daría, pero no ahora, no en este momento. Comenzó a nadar de nuevo hacia la orilla para secarse de un día de mar y viento. Cuando al fin pudo tocar pie en la arena movediza del mar, comenzó a caminar. Eso hacía que los músculos de sus piernas cogieran fuerza, algo que a su edad, por mucho que negaran, venía perfectamente.
Llegó a la silla y se sentó con la toalla en las rodillas. Siguió pensando ante aquel magnífico paisaje invernal. Si, estaba orgullosa. Fuera legal o ilegal, necesario o no, se sentía con la obligación de hacerlo. Un pasado quedó atrás, un presente con futuro y un futuro incierto pero con unas bases potentes para seguir soñando. No tenía un gran plan para seguir muchos años, pero si los necesarios para terminar todo aquello. Respiró hondamente, estaba tranquila, feliz, en paz. Terminó de secarse y se recostó más en la silla, que se clavó más en la arena. Cerró los ojos.
Un perro se acercó para oler su mano, ella sonrió por las cosquillas que le hacía entre los dedos. Placeres como aquel antes jamás había tenido. Era por esos placeres por lo que todo había pasado. Por esa paz, por esa relajación, por ese mundo que antes no conocía y que gracias a alguien conoció. Ese alguien desapareció, pero fue mala suerte. Porque eso es la vida ¿no? Cuestión de suerte.
Post a Comment