Opinión | Vidas de mentira

Parecemos pollos sin cabeza si nos quitan Internet y la forma de comunicarnos a la que nos hemos acostumbrado. No nos da por hacer una llamada y hablar con esa persona con la que nos mensajeamos hasta altas horas de la madrugada, no nos da por salir a la calle a disfrutar de un bonito domingo de primavera. 

Perdemos la cabeza si no nos dejan seguir mostrando nuestra vida de mentira a los demás. Quinientos amigos en Facebook a los que les da igual los problemas que tenemos. Trescientos seguidores en Instagram que alaban nuestras fotos, siempre que nosotros alabemos las suyas y hablamos con personas por la aplicación de mensajería sin saber que, a lo mejor, nos responden por pura educación y no porque tengan ganas de hablar con nosotros. Vivimos una vida de mentira y, de vez en cuando, recibimos una pequeña bofetada de realidad. 

No todos sus lados son negativos, de vez en cuando, en lo que venden nuestros datos a los mejores postores, encontramos a amigos de la infancia que perdimos con el paso de los años o recordamos la fecha en la que nos unimos a la red social para dejar de estar seguro en estas tierras. Nos pasamos todo el día pegados al móvil, intentando mostrar aquello que necesitamos que vean para que no se den cuenta que, en realidad, nuestra vida está llena de pequeñas miserias diarias. Guardamos fotos a mansalva de nuestra única salida interesante a la semana para repartirlas durante varios días y que vean que no paramos. 

Me bajé de ese barco hace unos cuantos años, hastiado de ver las vidas de mentiras que todos acostumbraban mostrar. No tengo Facebook, no uso casi WhatsApp e Instagram está a punto de desaparecer de mi vida. He descubierto que vivo mejor así, a mi manera y sin demostrar al mundo lo que hago cada día. En una sociedad saturada de tecnología, a veces desconectar es más una necesidad para seguir disfrutando de las miles de aristas que nos ofrece el día a día y que nos perdemos, si no prestamos atención, si no despegamos la vista del móvil. 
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