Demonios, Nada Es Perfecto
Quiómus se alejaba de la casa, mientras su sobrino iba a su lado, con una sonrisa que le hacia temblar. "Vámonos, pero antes mátalos" no dejaba de repetirse en su mente. No esperaba que aceptara de tan buen grado venirse con él. El pequeño se paró y se giró sobre sus talones para contemplar la casa. Quiómus tuvo que hacer lo mismo.
La casa ardía, mientras espirales de humo negro emergían majestuosos hacia un cielo estrellado, el cual hacía más imponente aquel espectáculo.Quiómus miró a su pequeño sobrino, el cual estaría llorando por ver la casa ardiendo. Se quedó perplejo cuando vio que estaba sonriendo. Tuvo que preguntar.
- ¿No te da pena que tus padres hayan muerto?
Marcos alzó lentamente la cabeza hasta mirar a los ojos a aquella forma con capucha roja. La sonrisa no perdió ni un ápice de grandeza, y tras estar frente a él unos segundos respondió.
- Algún día tendrían que morir, mejor ahora que más tarde, ¿no crees?
Quiómus no supo que responder a aquella pregunta, así que se dispuso a seguir andando, pero la fuerza de Marcos lo detenía.
- Déjame contemplar esta obra de arte, tito.
Quiómus tuvo que esperar a que la casa comenzara a difuminarse entre brumas, cenizas y puntas rojizas de fuego en decadencia. Segundos después, Marcos le dijo que ya podían marcharse.Se perdieron entre la maleza de los altos árboles para que nadie les viera. Segundos después, comenzaron a desaparecer entre sombras puntiagudas y aristas de plata.
Emergieron entre las sombras lentamente. Quiómus apareció primero, y tras unos segundos, apareció Marcos. Tras agarrarlo por el cuello, se lanzó hacia el Montaet para dejarlo allí. Tras entrar por las grandes puertas. Hórtrux apareció lentamente y comenzó a hablar.
- Bienvenido seas de nuevo Quiómus. Veo que vienes con una pequeña recompensa.
- Sí, Prexiom. Vengo con lo que me pidieron.
- Bien, bien...¿ Ha costado mucho?
- Realmente no, aquí Marcos, me facilitó mucho el trabajo.
- Entonces seguramente te divertiste.
- Quemamos la casa y nos fuimos.
- ¿Sólo?- preguntó extrañado su Prexiom.
- Aparte de hacer varios juegos antes.
- Eso ya me gusta más. Seguidme.
Quiómus siguió a su maestro mientras el pequeño Marcos iba fascinado con aquel gran edificio. Entraron en la gran sala, donde sentaron al pequeño Marcos. Quiómus se quedó de pie al lado del pequeño. El hombre de la voz grave comenzó a hablar.
- Bienvenido al Infierno Marcos. Aquí no serás tratado con cariño ni mucho menos. Todavía estás a tiempo de irte si lo deseas. Pero primero empecemos por lo importante. Quiómus, cuéntanos todo.
El aprendiz de Diablo comenzó a contar todo lo sucedido con todo lujo de detalles. Pensó en mentir, pero no serviría de nada, lo cogerían al momento. Terminó la historia y el silencio reinó en toda la sala.
- Marcos, ¿Quieres subir al paraíso o quedarte en el Infierno? - preguntó el hombre con la voz grave.
- Quedarme aquí, no soy de paraisos.
- Allí estarán tus padres.
- Bueno, nada es perfecto, ¿No creen?
La casa ardía, mientras espirales de humo negro emergían majestuosos hacia un cielo estrellado, el cual hacía más imponente aquel espectáculo.Quiómus miró a su pequeño sobrino, el cual estaría llorando por ver la casa ardiendo. Se quedó perplejo cuando vio que estaba sonriendo. Tuvo que preguntar.
- ¿No te da pena que tus padres hayan muerto?
Marcos alzó lentamente la cabeza hasta mirar a los ojos a aquella forma con capucha roja. La sonrisa no perdió ni un ápice de grandeza, y tras estar frente a él unos segundos respondió.
- Algún día tendrían que morir, mejor ahora que más tarde, ¿no crees?
Quiómus no supo que responder a aquella pregunta, así que se dispuso a seguir andando, pero la fuerza de Marcos lo detenía.
- Déjame contemplar esta obra de arte, tito.
Quiómus tuvo que esperar a que la casa comenzara a difuminarse entre brumas, cenizas y puntas rojizas de fuego en decadencia. Segundos después, Marcos le dijo que ya podían marcharse.Se perdieron entre la maleza de los altos árboles para que nadie les viera. Segundos después, comenzaron a desaparecer entre sombras puntiagudas y aristas de plata.
Emergieron entre las sombras lentamente. Quiómus apareció primero, y tras unos segundos, apareció Marcos. Tras agarrarlo por el cuello, se lanzó hacia el Montaet para dejarlo allí. Tras entrar por las grandes puertas. Hórtrux apareció lentamente y comenzó a hablar.
- Bienvenido seas de nuevo Quiómus. Veo que vienes con una pequeña recompensa.
- Sí, Prexiom. Vengo con lo que me pidieron.
- Bien, bien...¿ Ha costado mucho?
- Realmente no, aquí Marcos, me facilitó mucho el trabajo.
- Entonces seguramente te divertiste.
- Quemamos la casa y nos fuimos.
- ¿Sólo?- preguntó extrañado su Prexiom.
- Aparte de hacer varios juegos antes.
- Eso ya me gusta más. Seguidme.
Quiómus siguió a su maestro mientras el pequeño Marcos iba fascinado con aquel gran edificio. Entraron en la gran sala, donde sentaron al pequeño Marcos. Quiómus se quedó de pie al lado del pequeño. El hombre de la voz grave comenzó a hablar.
- Bienvenido al Infierno Marcos. Aquí no serás tratado con cariño ni mucho menos. Todavía estás a tiempo de irte si lo deseas. Pero primero empecemos por lo importante. Quiómus, cuéntanos todo.
El aprendiz de Diablo comenzó a contar todo lo sucedido con todo lujo de detalles. Pensó en mentir, pero no serviría de nada, lo cogerían al momento. Terminó la historia y el silencio reinó en toda la sala.
- Marcos, ¿Quieres subir al paraíso o quedarte en el Infierno? - preguntó el hombre con la voz grave.
- Quedarme aquí, no soy de paraisos.
- Allí estarán tus padres.
- Bueno, nada es perfecto, ¿No creen?
Me recuerda a la encantadora Duna de Ángel o Demonio solo que más tétrico. Has echo quedar a los anteriores niños malos a la altura del betún, ese chaval tiene un aura oscura, se nota desde aquí. Alguien con un futuro importante dentro del infierno.
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