Cerca de la mar


A mí me enseñaron de chico que se llamaba la mar, con nombre de mujer, porque era la que cuidaba de los marineros más allá de santos y deidades vanas. Era la mar la que decidía si te dejaba volver a casa tras faenar de madrugada o la que te sentenciaba a morir. Ese misticismo me ha acompañado siempre porque siempre lo he tenido cerca, he podido ir a verlo cuando lo necesitaba, dejaba volar mi mente y acudían a mi fantasías e historias de niño pequeño, deseando echar a volar como las cigüeñas en busca de comida.

Yo viviré cerca de la mar, no me veo fuera de ella, me gusta escuchar el rubor, sentir el salitre cada cierto tiempo templar mi cara, acentuar mis arrugas con el paso del tiempo y de la brisa, soñar con cada nuevo paraíso que acude a mi mente mientras veo el sol ponerse a poniente. Me gusta perder la noción del tiempo escuchando el rompeolas romper contra el muro de la sociedad, intentando recabar historias que jamás llegarían. Tengo por seguro que no me separaré de ella mientras viva o pueda. 

Un sitio donde recordar, lo que vino y lo que se fue, lo que nunca llegó para quedarse y lo que está por llegar, sea bueno o malo. La mar siempre ha estado ahí a lo largo de mi vida y creo que no podría vivir a gusto si no la tuviera cerca. Una compañera de vida más que, junto a la soledad, han formado parte de los peores momentos de mi vida. Y de alguno de los mejores. Siempre es bueno recordar de donde venimos, pero sin olvidar hacia donde vamos para no cometer los mismos errores de antaño. 


La mar, siempre cerca de la mar. 
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