Putrefacción


Las moscas salen de tu boca para clavarse en la mente de los demás. Si tienen suerte lo olvidarán, sino tienen que soportar aquello que digas, aunque quizás nadie te recuerde tras un buen momento. El olor a muerte, a metal, ese dulzón suave de la sangre en nuestros labios mientras miramos frente a nuestro mayor monstruo. Aquel que camina por las vísceras de nuestros propios momentos. 

Aquel que destroza nuestros mejores sueños, aquel que te obliga a parar. Las moscas vuelven y recorren tus ojos muertos, secos, con gusanos comenzando a comer lo que dejaste olvidado. La bilis llega a nuestra garganta, pero tiendes a tragártela antes de soltarla con quién perece a nuestro lado, infame a nuestra propia muerte. Atiendes a lo que te dice, aceptas sus consejos e incluso llegas a soñar con aquello que no deseas pero que ves más cerca. Hoy vuelves a enfrentarte al mayor monstruo, aquel que hace de la putrefacción un arte, un día a día. 

Hoy te enfrentas a ti mismo con la certeza del centurión caído, sabiendo que morirás, pero morirás matando. Luego, irás al infierno. Rodeado de moscas y de un dulce sabor a sangre seca.
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